[…] Esa misma noche, Teresa se puso su pijama de seda rosa y dos goticas de crema alrededor de los ojos, me besó con una risita malvada y se quedó dormida. Yo por mi parte, leí un rato y me entregué al sueño:
Con un traje rojo, atiborrado de plumas de pavo real, Teresa lloraba cuatro lágrimas en una funeraria cuyas paredes pintadas de violeta y amarillo adquirían un toque lúgubre y a la vez innovador; ella se asomaba al ataúd y el muerto no era otro que yo. La gente se agolpaba para ver mi cadáver, mientras yo tenía plena consciencia de todo lo que ocurría en aquella sala de velación. Entre los dolientes se encontraba Ronaldo, el futbolista, que incluso antes de ver mi cuerpo enterrado ya le agarraba la cintura a mi mujer y le prestaba su pañuelo apestoso a loción de tres mil dólares.
Fragmento del cuento “Trastornos del sueño”. 2010.
[…] “Este es el espacio donde respiro y exudo eso que se parece tanto a la libertad. Mi padre repite con frecuencia que las personas de apellido Rocca estamos sometidas a continuos cambios físicos y emocionales por las acciones de los agentes geológicos. Qué diablos será la libertad. La libertad es lo que haces con lo que te han hecho me respondió Sartre en un libro de máximas cuando se lo pregunté. Qué será lo que me entregan el calor obsequioso de los fogones, los hervores de los estofados de carne de res con sobredosis de laurel, los aromas dulzones, incluso tan voluptuosos de las cremas de leche aromatizadas con vainilla, las fibras brillantes de las carnes, la crocancia irresistible de los vegetales. Todo esto no es sino una droga de la que no pienso desengancharme jamás. Quizá mi historia con la cocina no es sino la vía que me llevará cada vez más cerca de la mejor versión de mí misma”.[…]
Fragmento del cuento “Monólogo de Selma Rocca”. 2017.
Cuando el médico le diagnosticó apnea del sueño salió del consultorio directo a tomarse un batido de café. En cuanto alguien le dijo que bruxaba lo invitó a un bar a beber café al coñac. El día que le comenzó la cistitis se preparó un café americano. El medio día aquel en que descubrió que seguía con estreñimiento salió por un merengue con crema de café que bajó con un capuchino. Esas jaqueas no lo dejaron en paz hasta que probó el bavarois de café. Además dio fe entre sus allegados de que la muerte súbita va muy bien con buñuelos de viento al café acompañados de un buen mocachino.
Texto completo. Mini cuento Equilibrio. 2012.
Es sorprendente cómo podemos generar mayor empatía en la ficción que en la realidad. Deseamos fervorosamente el triunfo de los planes de Humbert Humbert, y sin embargo, la aracnofobia de nuestra madre nos resulta insoportable.
Tweet. 2015.
Por recomendación médica he venido a pasar una temporada en La noche estrellada de Van Gogh; todo gracias a que padezco de una espantosa fobia a la luz del día. Al llegar al pueblito desierto, pleno de farolas encendidas, me acomodo bajo un árbol para admirar mejor las nubes giratorias, las colinas azules onduladas, todas estas estrellas amarillas. Desde aquí, le escribo una breve carta al médico contándole mi decisión de no volver nunca a casa, al mundo real; en ella le pido que me envíen el resto de las cosas. Alego que lo mío es incurable.
Texto completo. Mini cuento. Una temporada en La noche estrellada. 2015
No insista más, señor Xocolat. Me resistí a Bombones, Fondants, Ganaches, Cocoas y Trufas. Ya sé que tiene usted tantos nombres como el diablo.
Tweet. 2014
[…] Trotsky se sentó confiadísimo, se colocó sus lentes —al pobre de nada le serviría—, y se dispuso a leer el artículo. Ramón, detrás de él, dudaba aún acerca de cuál de las armas que llevaba ocultas debía utilizar; el vivaracho Mercader había conseguido ingresar tres armas: una daga, un piolet y una pistola. Y Lev Davídovich Bronstein, más conocido como Trotsky, tan confiado, tan concentrado en la lectura del texto del confiable, muy confirable joven novio de su amiga y ayudante, ah, ¿quién iba a dudar del mosquito muerto? Trotsky sintió el golpe seco que le propiciaba Jaime Ramón Mercader del Río con el piolet en la parte de atrás de la cabeza. El ruso reaccionó de manera imprevista, quién lo creyera tan cara-pálida, tan cerca de la tercera edad; en vez de desplomarse, se revolvió, y agarró a Ramón con ímpetu, mientras chillaba para avisar a los guardias que llegaron enseguida para capturar al espía catalán, muy listo para que Stalin le besara los pies, y se los brillara con el mostacho, por supuesto que sí. El pobre Ramoncito. Antes de llevarlo a la prisión aprovecharon, claro, para descargarle una paliza que lo dejó con la piel en carne viva. Mercader fue llevado a la comisaría de Revillaguigedo donde le encontraron la carta que le habían preparado, una confesión de Ramón (pero firmada con la identidad falsa de Frank Jackson) en la que declaraba que su atentado contra Trotsky era algo personal, o mejor dicho que ya al conocer en persona a Trotsky le había decepcionado.
Fragmento del cuento La muerte de Trotsky. Ejercicio de simulación del estilo de Alfredo Bryce Echenique. 2011.